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domingo, 2 de septiembre de 2007

Los árabes y las tareas pendientes

Héctor Silva Ávalos
Fuente: Jefe de Redacción de LA PRENSA GRÁFICA
hsilva@laprensa.com.sv

Hace tres semanas, en una reunión informativa informal, un funcionario del Ejecutivo se quejaba sin reparos de cómo la pereza administrativa del aparato estatal, aun en estos tiempos, retrasa o asusta inversiones millonarias. Luego, en otro encuentro similar, era una funcionaria quien volvía al tema de la seguridad pública al hablar de los obstáculos para la atracción de capitales internacionales. “Sí, es un factor importante antes de que los inversionistas vengan, pero una vez aquí, les mostramos que la inseguridad está focalizada y que, por ejemplo en turismo, las zonas de inversión suelen ser muy seguras. Lo que de verdad espanta algunas inversiones es la falta de marcos regulatorios”, advertía.

Esas conversaciones, que por obvia discreción política los funcionarios suelen sostener en voz baja, de lo que en realidad hablan es de las tareas que el Estado salvadoreño aún no cumple en su afán por atraer inversión extranjera. Esta semana fue un gigantesco conglomerado internacional, Dubai Ports World (DPW), el que vino a El Salvador a recordarlo.

La empresa árabe continúa buscando mercados en el continente luego de que, a principios de este año, Estados Unidos rechazó “por razones de seguridad nacional” al consorcio para la administración de las radas más importantes de la costa este. Sin esa concesión, DPW perdía la gigantesca puerta marítima que enlaza buena parte del comercio americano con los grandes puertos europeos. ¿Plan B? Explorar más abajo, en Centroamérica. “Todos los días busco proyectos con posibilidades en cualquier zona del mundo”, dijo un ejecutivo de la compañía en la reciente visita a Cutuco. Desde ahí, DPW mostró interés por La Unión, Acajutla y, ya puestos, por el Aeropuerto Internacional y por resucitar el ferrocarril. Dubai Ports pidió, eso sí, que El Salvador le aclare algunas cosas: le harán una concesión maestra —es decir, la operación total del o los puertos— o solo piensan darle los servicios, en síntesis, cuál es el modelo de concesión que manejará El Salvador. Los funcionarios locales, ante la interrogante, tartamudearon: “Estamos trabajando”. “Dentro de poco tomaremos la decisión”, se oyó decir en Cutuco, como se sigue oyendo en un par de ministerios a propósito de, digamos, la Ley de Hidrocarburos, en la que también “se estaba trabajando” antes, durante y después de que Bush y Lula propusieron a El Salvador para albergar un proyecto piloto de biocombustibles.

Lo que quedó claro es que Dubai Ports, una de las 10 operadoras portuarias más grandes del mundo, no juega al “poquiteo”; y si no hay lugar en Cutuco, pues buscará más abajo, o en el Atlántico. Está claro que no se trata, por atraer la inversión, de regalar cosas o bajarse los pantalones ante cualquier exigencia; se trata de poner reglas que favorezcan al país y ponerlas a tiempo.

Lo advirtió la vicepresidenta de la República en La Unión. “Ya estamos contra el tiempo”, dijo. Jugar en grandes ligas significa, entre otras muchas cosas, estar a tiempo.

En lo de las inversiones, sin embargo, el Estado pasa solo por ser un facilitador y un regulador, porque, demostrado está en el mundo de este siglo que la inversión privada —pequeña o grande— es la que mueve economías. En el caso salvadoreño cabe preguntarse, entonces, cuándo será que los inversionistas locales, a los grandes me refiero, mirarán fronteras adentro antes que a otras capitales del istmo o de Suramérica. Está claro que, como DPW, los consorcios salvadoreños verán hacia donde la inversión esté más segura; sin embargo, a estos les corresponde considerar también el factor país, ese por el que ellos exigen, en El Salvador, seguridad y reglas claras, aquí y ahora.

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