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lunes, 10 de septiembre de 2007

Renta petrolera o crónica de una crisis anunciada

Fuente: Página 12
Por Raúl Dellatorre

Mal momento el que está pasando Shell en Argentina. Tampoco es bueno para Esso. El “cambio de reglas”, sin duda, los perjudicó. ¿Será que faltó “seguridad jurídica”? Podría ser, pero si se acepta previamente ajustar el sentido de estas frases, tan en boga en los ’90 y tan en boca de los impulsores del modelo neoliberal y sus defensores. Las “reglas” a las que se referían los ganadores del modelo eran las impuestas por un mercado salvaje, cuanto más monopólico mejor. La “seguridad jurídica” era la intangibilidad de esos “derechos”, sobre todo frente al cuestionamiento que pudieran hacer los usuarios y consumidores o defensores del interés social en general. Claro que los cambios de reglas y de normas de seguridad no fueron tan rotundos como para eliminar todo abuso en el sector petrolero y de combustibles. Algunos salieron mejor parados en el reparto. Los refinadores sin pozos propios, no.

La historia del petróleo es el de la apropiación de la renta, aquí y en el mundo. Casi como en cualquier actividad extractiva en la que las condiciones naturales juegan un papel preponderante, el que adquiere los derechos de explotarla corre con ventajas, sobre todo si el Estado no controla o regula. Existiendo una YPF estatal, ésta fijaba las reglas del reparto de la renta. Sin YPF estatal, el control pasó a un puñado de productoras, refinadoras y comercializadoras, que se repartían arbitrariamente la renta petrolera con precios en surtidor cartelizados (acordados entre los supuestos competidores). Y disponiendo libremente del petróleo y el gas para industrializarlo o exportarlo, según su privada conveniencia.

Pero a partir de 2003, cuando el Estado empezó a jugar “informalmente” como dique de contención de los aumentos de precios en surtidor, todo cambió. Cuando los precios internacionales se dispararon, el gobierno se sentó a negociar con las productoras de crudo los precios de venta al mercado interno (a las refinerías) y al exterior (exportaciones netas de retenciones). Con el mazo barajado y repartido de nuevo, la realidad mostraba ahora que la renta petrolera, ensanchada por el aumento de los precios internacionales, favorecía enormemente a las empresas extractoras.

Las refinadoras sin pozos propios (Shell y Esso) habían quedado fuera del reparto. Teniendo que comprar el crudo a terceros o que importarlo, el negocio dejó de ser atractivo. Aunque no pasaron a perder por eso, debían limitarse a recibir la ganancia capitalista de su negocio, pero no ya una participación en la renta petrolera. Es decir, quedaban obligadas a operar a precios de competencia: casi una “afrenta” para ex empresas monopólicas.

Ni la filial de la angloholandesa Shell ni la de la estadounidense Exxon Mobil se rindieron de inmediato. La primera, rotas las reglas del acuerdo con las demás petroleras, intentó saltar el cerco de los precios rigurosamente vigilados. Aumentó las naftas y el gasoil por encima del cártel petrolero y recibió, como respuesta, un boicot alimentado desde la misma tribuna presidencial. Una versión muy fuerte, por la credibilidad de su origen, dice que ya entonces (2004/2005) Shell entabló negociaciones con la venezolana Pdvsa para transferirle sus activos, pero el arreglo económico no tuvo correlato en lo político. El desajuste provocó cortocircuitos, reclamos cruzados y alguna denuncia que terminó frustrando la operación y dañando, de allí en más, la relación entre la petrolera y el gobierno. De allí al reciente conflicto por el desabastecimiento de gasoil y el actual por contaminación, se llegó simplemente poniendo un pie delante de otro, casi mecánicamente.

Esso también tuvo lo suyo en estos años. Ayer, un ex funcionario recordaba el episodio de la denuncia de la Aduana contra la filial norteamericana por contrabando de petróleo, descubierto sobre el río Uruguay con destino a la destilería de Campana. La operación involucrada era por 15.000 toneladas de crudo, que se calculaba que podía ser el volumen que la petrolera habría intentado entrar mensualmente “por izquierda” al país.

Si se admitía que la refinación no era negocio, la maniobra de ingresar clandestinamente petróleo era incomprensible. Sin embargo, desde antes y no particularmente por el caso Esso, se sospecha que existían este tipo de operaciones para refinar petróleo y luego comercializar en el mercado negro el combustible producido. “Demostrar esto hubiera requerido un trabajo de inteligencia e inspecciones muy fuerte para detectar estas transferencias en la cadena comercial, ya fuera en las estaciones blancas (sin marca), en ventas directas al campo y a empresas de transporte, o las ventas no facturadas en estaciones de redes”, indicó el ex funcionario consultado. Nada de eso se hizo. La denuncia contra Esso, junto a otras similares contra empresas menores, quedaron en la nada.

Esso tampoco se quedó atrás en denuncias por daños ambientales. Derrames de un buque con su bandera en las costas de Magdalena provocaron un enorme daño ambiental que aún no fue reparado. Es un pasivo en las cuentas de la petrolera, que tarde o temprano castigarán a sus números.

Buscando atajos o pateando el tablero, Shell y Esso han venido tratando en estos años de zafarle a la suerte que les adjudicó el nuevo reparto de la renta petrolera entre Repsol YPF, Petrobras, Total, Pan American Energy y pocos más. Nadie, en el mercado petrolero, piensa en términos de precios de competencia. El negocio vale por la participación que se tenga en la renta petrolera. Esso y Shell quedaron afuera, y por eso piensan más en retirarse que en cómo mejorar su rentabilidad.

No es extraño, entonces, la falta de inversiones para mejorar sus refinerías. Ni en sus condiciones de desempeño ni en su capacidad productiva. Pero Shell corre con una desventaja con respecto a Esso: la refinería Dock Sud es mucho más vieja que la de Campana, y está ubicada en un punto geográfico más sensible por estar enquistada en un área urbana.

El negocio de la refinación dejó de ser atractivo, recordemos. Pero no sólo para Shell y Esso. No hay registro de la construcción de una refinería nueva en décadas. Con la recuperación económica y la suba del consumo, Argentina se encontró de golpe con el problema de la escasez de combustibles, sin capacidad de aumentar la oferta. Las petroleras se “olvidaron” de las inversiones en refinación y, mientras tanto, siguen exportando todo el crudo que las refinerías no absorben, y a precios récord. Más renta para sus bolsillos.

Los antecedentes internacionales no son alentadores, sobre todo cuando estas decisiones se dejan en manos de un mercado dominado por la especulación y un excesivo afán de lucro cortoplacista. Le pasa a México, donde Pemex, pese a tener mayoría estatal, se maneja con los criterios señalados. Las conclusiones están a la vista: mientras México exporta 1,7 millón de barriles por día, al mismo tiempo importa más del 55 por ciento de los insumos petroquímicos que requiere (Francisco Garaicochea, revista Energía y Ecología, 10 de junio pasado). Pemex invierte primordialmente en extracción de petróleo, lo que ha agravado el rezago en producción de combustibles y materias primas para la petroquímica (misma fuente).

Desde otro lado, se tiene que países como Bolivia, Argelia o Venezuela mantienen disputas con las petroleras radicadas para recuperar el control de los recursos y privilegiar la industrialización de los hidrocarburos.

Como en las crisis financieras, cuando el problema es sistémico, su carácter es global y de una manera u otra le llega a todos los que participan del juego. Pero hablar del “humor de los mercados” o de “evitar el contagio” es más cómodo que meterse con el control de los recursos energéticos. El problema, en ambos casos, es político, pero con las finanzas se puede disimular mejor. La crisis petrolera no se viene, ya llegó. En Argentina, con Esso y Shell como emergentes, hoy estamos en eso.

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