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domingo, 29 de junio de 2008

Un tsunami arrasó nuestros puertos. Hoy son terminales de las multinacionales cerealeras.

Fuente: El Grito Peronista

Por Arturo M. Lozza. El oleaje neoliberal nos dejó sin flota y sin control de los puertos. Ahora, en su mayor parte, son funcionales al negocio del monocultivo de soja de las multinacionales

Por los puertos habían entrado las ideas de la Revolución, en los puertos se libraron batallas contra el colonialismo, por esos puertos, no hace mucho, partían y llegaban orgullosos los buques mercantes de bandera argentina que hablaban al mundo de un país que pugnaba por ser soberano. Pero el oleaje neoliberal castigó con furia. Fue un tsunami arrasador. Los puertos dejaron de ser territorios del Estado para convertirse, desde el menemismo, en terminales de las multinacionales. Tenemos decenas y decenas de puertos, pero casi todos ellos son funcionales a un modelo agropecuario basado mayoritariamente en un solo cultivo, la soja, que ha avanzado a pasos alarmantes con gravísimas consecuencias en lo ecológico y en lo social, haciendo trizas nuestra soberanía alimentaria. Digámoslo con todas las letras, así como están hoy, los puertos, bajo el control de las multinacionales de la exportación cerealera, son instrumentos de vaciamiento y de la injusta distribución de las riquezas que padece el pueblo. En torno a su febril actividad se han montado empresas trasportadoras, de carga, descarga y logística, que ganan por flete los millones de dólares que ya no se lleva la Marina Mercante argentina, porque fue destruida sin miramientos por el mismo tsunami que se descargó en los puertos.

Hagamos historia Manuel Belgrano sostenía que un país que pretenda ser independiente y soberano, debe tener puertos y una marina mercante, Bajo su impulso se creó en 1799 la Escuela de Náutica, esencial para la formación de la tripulación, y su primer director fue Manuel Cerviño quien, para "no ser comisionistas de los extranjeros" -decía- enseñaba la relación inseparable entre soberanía y poder marítimo. Ese gran maestro fue integrante luego de las milicias que combatieron a los invasores ingleses y él y alumnos de la Escuela Náutica se alinearon desde el 25 de Mayo de 1810 con el segmento más revolucionario encabezado por Moreno y Castelli. El puerto fue desde entonces epicentro de grandes batallas libradas por el almirante Brown y sus "delincuentes subversivos", así llamados por los colonialistas godos. Buques franceses e ingleses bloquearon después los puertos del Río de La Plata. Contra ellos se libró la Vuelta de Obligado en el río Paraná. Pues bien, celebramos ese hecho histórico, pero en realidad, a partir de la década de 1990, Argentina cedió el paso por ese río y por los mares a las flotas de las multinacionales, y no necesitaron de bloqueo alguno, aunque sufrimos algo peor: la dictadura genocida y la imposición del neoliberalismo.´ ¿Qué teníamos hace medio siglo y qué nos queda ahora? Teníamos una empresa estatal –ELMA- que en 1989 sumaba 36 buques dedicados a carga general, contenedores y cargas a granel que navegaban hacia el Mar del Norte, el Mediterráneo, iban al Oriente y costeaban el este y el oeste de América. Teníamos la flota petrolera de YPF con 30 naves, muchas de gran porte. Teníamos la flota carbonera de YCF y la Flota Fluvial del Estado. Hasta que llegó el tsunami y el oleaje neoliberal fue devastador. "En total existían bajo pabellón nacional 149 buques en 1991, en 1999 solo nos quedaron ocho", sintetiza Gustavo Lamadrid, dirigente del Centro de Capitanes de Ultramar. La cosa empezó con un decreto de necesidad y urgencia del menemismo –el 1772/91- que aduciendo excesivos costos laborales permitió a los dueños de barcos convertir a sus unidades en naves de bandera de conveniencia (usaron banderas de Liberia, Honduras, Panamá o Malta) con lo cual 10.000 trabajadores fueron flexibilizados a extremos inauditos o perdieron sus empleos. Los armadores, con bandera extranjera, ya no pagaron impuestos, no tuvieron la inspección de Prefectura e hicieron lo que quisieron, muchas veces con la complicidad de la burocracia sindical. Paralelamente, con la excusa de que "el Estado es mal administrador", se remataron las flotas de ultramar, cabotaje y fluviales. Fue el paso que faltaba. Lo que quedó fue casi nada. Gustavo Vázquez, del Movimiento de Trabajadores Marítimos, contabiliza la existencia al 2004 de sólo unos 15 buques con pabellón argentino que trasportan solo el 0,7% de la totalidad de lo pagado en fletes (unos 3.500 millones de dólares anuales), "cuando antes del decreto 1772/91 la flota nacional trasportaba el 85% del comercio argentino".

Quienes están, quienes ya no están Desde 1943, y hasta principios de 1991, la propiedad de todos los puertos de la Argentina, su administración, control y operación, estaban centralizados y monopolizados por el Estado Nacional a través de la Administración General de puertos (AGP) y la Capitanía General de puertos. Todos los servicios adicionales de los puertos -practicaje, remolque, maniobra, dragado y balizamiento-, eran servicios públicos del Estado o sometidas a su control. En las terminales portuarias tenían sus oficinas las Juntas Nacionales de Carnes y de Granos. También el IAPI: todos instrumentos de control de precios y del comercio exterior que el gobierno de Juan Domingo Perón impuso como signo de soberanía e instrumento de redistribución de los ingresos. Por supuesto, fue lo primero que destruyó la oligarquía cuando los militares tomaron el poder. Luego asumió Saúl Menem. Se dictó el citado decreto 1772/91 y el 3 de junio de 1992, se aprobaba la novedosa Ley 24.093 de Actividades Portuarias, por entonces única en su tipo, por la cual el neoliberalismo terminó con las facultades del Estado y sentó las bases de dominación que servirían de modelo en el mundo globalizado.

Las multinacionales tuvieron piedra libre para instalarse en los muelles, quedarse con silos, construir nuevos y abrir más puertos y plantas elaboradoras. Los que hoy tienen control sobre las más importantes terminales portuarias son poderosas empresas, en su mayoría multinacionales, siete de las cuales están ubicadas entre las diez empresas de mayor facturación en Argentina. Son; Bunge S. A. (subsidiaria de Bunge Limited–Estados Unidos); Cargill S. A. (Estados Unidos); Aceitera General Deheza (Grupo Urquía); Louis Dreyfus y Cia. (Francia); Vicentín SAIC (holding aceitero con asiento en Rosario); Nidera S. A. (Estados Unidos) y Molinos Río de La Plata (el mayor productor de alimentos de Argentina, asociado con capitales norteamericanos y europeos). A ellas hay que sumarle otras dos multinacionales: A.D.M. y Noble Group (ambas de Estados Unidos). Casi todas están invirtiendo al compás de la demanda de soja y se ubican desde la exportación de granos hacia el negocio de las semillas, los plaguicidas y los biocombustibles. A unos y otros los ubicamos con sus instalaciones en los puertos de San Lorenzo, Villa Gobernador Gálvez, Timbres, Rosario, Villa Constitución, Bahía Blanca, Quequén, Zárate, Campana, Puerto San Martín, Arroyo Seco, Capitán Bermúdez, Ensenada, San Nicolás, Cangrejales, General Lagos, Rosales, Ramallo y Buenos Aires. Desde el puerto de Buenos Aires y Dock Sud entra y sale el 40% del comercio exterior argentino. Sus terminales están gerenciadas por verdaderos monstruos internacionales en materia de cargas y logística, como Dubai Ports (en terminales 1, 2 y 3), Hutchison (en la terminal 5, operada por Bactssa) y la danesa Maersk (en la terminal 4), entre las que se reparten el 60% del movimiento internacional de contenedores. Y si hablamos de contenedores, no podemos dejar de señalar al "camionero" – así gusta que lo llamen- Alfredo Román, presidente del holding Internacional Trade Logistics (ITL) que está formado por tres empresas: Eslogan, Exologística S. A. y Logistics Plataform Investiment. Ya no navegan los buques de ELMA con sus banderas de Argentina. Ahora, en su lugar, surcan nuestros ríos y mares los de la alemana Hamburg Sud. En fin, si nos ubicáramos sobre el elevador de granos más alto de la Argentina, veríamos el panorama que ha dejado el tsunami neoliberal en los puertos. Y lo primero que nos sacudiría será una gran ausencia, la de banderas nacionales.

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